Por Susana Carrié
*La artista ha recurrido a este término para expresar el resultado plástico de los procesos digitales y analógicos de esta obra, que no son precisamente fotografías ni pinturas, pero sí un diálogo entre diferentes técnicas. Algunas de estas piezas trascienden definitivamente a la fotografía pero parten de ella.
Las piezas de esta exposición procuran una meditación estética acerca del agua, al trasegar del tiempo, a las formas diluídas del pasado, a una suerte de presente difuso y a ciertos futuros ficcionados que entran en franco diálogo entre la entropía y la utopía, ya sea para nuestro deleite o reflexión.
Panoramas oníricos, nubes de plomo, atmosferas lácteas y brumosas, texturas vegetales, moles repetidas, arquitecturas ascendentes o invertidas, ríos que atraviesan avenidas, selvas invasoras, siluetas luminosas osombrías que surgen del agua -o quizás del asfalto-, ángeles de manos gigantescas parecen alertarnos de algo que acontece y quizás no percibimos.
Es en estos imaginarios tan ambiguos es dónde reside la extraña belleza de estas obras. Esta artista se vale de herramientas digitales y analógicas, impulsada por la necesidad de expresar algo que va más allá de la realidad pristina, de lo especificamente documental o fotográfico; modificando o interviniendo parte de su basto archivo documental enfocado principalmente en Bogotá y que comprende más de una década de trabajo.
Y es que Susana viene permeada por un bagaje y trayectorias plásticas y visuales que comenzaron por la abstracción en la pintura y su gusto por las texturas y ciertas geometrías que asemejan a la señalética urbana en sus primeros años, y que luego devinieron en otra práctica tan afín como el diseño gráfico, los que inevitablemente fueron inpregnando también su trabajo fotográfico. Entonces ha decidido reutilizar y
resignificar este material superponiendo, mezclando y entretejiendo imágenes que intentan expresar la belleza en el orden del caos.
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