Por Lina María Cabrera Cubillos
Contextos
Entre el 2007 y el 2009 Juan Manuel Echavarría, el artista plástico nacido en Medellín, realizó cuatro talleres de pintura para excombatientes del conflicto armado de Colombia que voluntariamente quisieran participar, la convocatoria se realizó con apoyo de la fundación Puntos de Encuentro entre el 2007 y el 2009 y no tenía como objetivo enseñar a pintar, por otro lado, quería abrir en espacio de dialogo para que los participantes pudieran contar sus historias.
Entre los asistentes habían hombres y mujeres pertenecientes a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia–Ejército del Pueblo (FARC[ps4] -EP) y al Ejército Nacional Colombiano. La exposición se llamó La guerra que no hemos visto.[1]
Por otro lado, en el 2018 Jesús Abad Colorado, reportero gráfico y fotógrafo colombiano nacido Antioquia, muestra 30 años de su trabajo sobre el conflicto armado colombiano, en la exposición El testigo, que no se presenta de forma cronológica, sino con una intención narrativa más profunda, donde no hay un lado victorioso, ni un bando vencido, solo hay víctimas.
Estas dos exposiciones ponen en la mesa varias preguntas, incluso desde su título, puesto que después de más de 60 años de conflicto armado en Colombia, de miles de imágenes producidas, compartidas y comentadas; en prensa, televisión y radio —las imágenes, como dice Mitchell, también pueden ser construidas mediante la palabra y luego imaginadas— ¿Qué es lo que no hemos visto de la guerra?, y si existe un testigo entonces, ¿Quiénes no hemos visto la guerra? ¿Por qué no la hemos visto? ¿Quiénes son los que si la han visto y pueden atestiguarla? ¿Cómo la vamos a ver ahora?
En los siguientes párrafos no quiero referirme a los procesos de investigación, a las metodologías de trabajo, ni a las conclusiones a las que llegaron Juan Manuel Echavarría ni Jesús Abad Colorado como punto de discusión central, por el contrario, me interesa reflexionar sobre lo que le pasa a la imagen producida en contexto de guerra cuando es expuesta. No es, ni mucho menos, un cuestionamiento moral hacia los autores ni a las imágenes, lo que busco es explorar las diferentes posibilidades de aproximación del cuerpo a la imagen, y a la configuración política de los actores que intervienen para que esta suceda, se exponga, se mire y se discuta.
¿A quienes miramos cuando miramos la guerra?
Matilde Sánchez, Jesús Abad Colorado. Fotografía tomada tras la explosión de un oleoducto causada por la guerrilla del ELN. Machuca, Segovia, Antioquia. Octubre 19 de 1998. Fuente: https://www.semana.com/periodismo-cultural---revista-arcadia/articulo/un-rostro-perfecto-de-jesus-abad-colorado/75727/
La mujer que vemos ahora, ¿Cómo se llama? ¿Cuál es su historia? ¿Dónde está? ¿Qué estaba pasando en ese momento concreto? La imagen nos deja muy poca información concreta, sin embargo, ahora mismo, es ella la representación de la guerra, de la tristeza, incluso de algo mucho más grande que su propio contexto, es la imagen de un momento histórico en Colombia.
Los datos fácticos de esta imagen los puede acompañar un pie de texto, los puede explicar una persona que acompañe la exposición, los puede traducir un experto, y sin embargo son y serán anclas de la huella de la realidad que carga la imagen ¿Puede ser más que esto? Si esta mujer fuese a la exposición y viera su imagen, leería el pie de foto, su nombre, un pedazo de su historia ¿se reconocería en ella? Si Matilde hubiese hecho la foto, su retrato ¿Cómo sería? ¿Si ella hubiese escogido las palabras que acompañan la imagen ¿Qué diría? ¿Usaría el recurso cardinal de nombre, lugar y descripción corta del hecho, o sería más expresiva?
Mi inicio en la guerra.
“Todo eso lo hice por soñar con ese fusil y ese uniforme. Fue una equivocación para mi vida.”
Carlos Mario (Caliche)
Excombatiente de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Ingresó a los 16 años, permaneció allí 5 años.
Fuente: https://laguerraquenohemosvisto.com/es/mi-inicio-en-la-guerra/
En contraste podemos explorar las imágenes de “la guerra que no hemos visto” en la sección autorretrato. Imágenes de autorrepresentación de las personas que vivieron la guerra, y que desde su memoria reconstruyen su identidad e historias en combate. Aquí no hay un testigo, no hay alguien externo que arranque pedazos de la realidad, para dar fe de que los hechos ocurrieron, ni tiene un propósito específico de testimonio. Esta imagen responde a una reflexión de percepción interna. La imagen no pretende ser hermosa o “bien hecha” ni fielmente precisa, porque no corresponde ni a los márgenes del arte, ni a la justicia, ni a la comunicación de prensa, parece una imagen mucho más personal.
Quién está expuesto y cuál es su derecho frente a su propio relato, es un punto neurálgico para entender que, en este caso particular, en las exposiciones de Jesús Abad Colorado y Juan Manuel Echavarría, existe una diferencia fundamental entre quienes miran y quienes son mirados y su injerencia sobre el uso narrativo de la imagen, en dos sentidos: el primero, quien es mirado bajo el lente fotográfico está encuadrado no solo por la cámara, sino por toda la reserva visual del fotógrafo.
Él es quien decide el ángulo, el color, el plano, y con ello expone también las formas visuales estándares que le son familiares y que reproduce sobre la fotografía de guerra. Por otro lado, las imágenes pintadas en los talleres de Echavarría tienen, si se quiere, un tono naif, que también corresponde a las herramientas visuales y técnicas que poseen quienes pintan. Ambas formas de imagen, fotografiada o pintada, pertenecen a un cúmulo de códigos visuales de guerra pre-existentes, no solo a un impulso artístico del fotógrafo o los autores de las pinturas, por el contrario, existe un lenguaje visual que nos permite entender que la imagen que estamos viendo pertenece a la categoría de guerra o violencia más allá de la escena que esté mostrando.
En segundo lugar, quienes son retratados y se retratan como protagonistas (víctimas o victimarios), no son usuarios habituales de los aparatajes culturales de la ciudad: las formas de ser de la exposición de guerra, la solemnidad del museo, del espacio de reflexión contemplativa, están por fuera de lo que ellos podrían llamar su cotidianidad de guerra. La mirada misma que se posa sobre las imágenes producidas por ellos, en el caso de “La guerra que no hemos visto”, sigue siendo externa.
A saber, la curaduría no les pertenece a quienes pintaron, las formas de ordenar, filtrar y mostrar son decisiones que pertenecen a quienes pensaron el espacio de exposición, el proyecto, la idea. En este caso particular, las personas siguen siendo exhibidas, aun cuando son productores de la imagen, porque a quienes están dirigidas las exposiciones en donde su imagen se usa nos son ellos. No son ellos los que visitan los museos para entender dónde está la razón histórica, política o geográfica de su situación; no es su lenguaje ni su expresión la que está plasmada ni en la manera de verse ni de contarse, porque no son ellos quienes articulan el discurso. ¿Cómo narrarían ellos mismos sus imágenes y sus historias?[i]
Desde que la guerra se puede documentar a través de imágenes, ha habido miles de reflexiones al respecto, teóricos como Ranciere, Sontag, Didi Huberman, Adorno, entre otros muchos han escrito desde diferentes posturas sobre la relación de la imagen frente al dolor, más allá de la discusión de si es pertinente que exista o no, el argumento se extiende a entender como su ausencia o presencia devela las posturas políticas de ser y habitar de quienes interactúan con la imagen.
[i] El uso diverso de la imagen en los ejercicios de memoria y activismo desde las poblaciones víctimas de violencia se puede explorar por ejemplo, en las imágenes producidas por el colectivo de las madres de Soacha: imágenes fotográficas convertidas en tatuajes o en camisetas que se exponen en movimiento, en la marcha, en la calle, que tienen condiciones precarias de factura y calidad, pero que se reproducen y se convierten en símbolos vivos de resistencias.
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